miércoles, 3 de junio de 2009

LA GUERRA SECRETA DE PINOCHET - 16/08/1993

LA misma revista ‘Qué Pasa’ publica en su sección cartas una del diplomático Leonidas Irrazabal Barros, funcionario de la embajada de Chile en Lima entre los años 1974-1975 en que esa pu­blicación coloca el escenario de la confrontación bélica peruano-chi­lena que no se produjo. El diplomá­tico narra la siguiente anécdota:

“Viví en Lima dos de esos años, entre 1974 y 1975, a cargo de la misión diplomática como ministro consejero de la misma. Es efectivo que Chile tenía en el Perú a un em­bajador bloqueado por las circuns­tancias políticas y otras de carác­ter personal. Así y todo, los chile­nos les debemos a ese embajador, el general del Aire, don Máximo Errázuriz W., una inmensa grati­tud. Al negarse, a último momen­to, el general Pinochet a concurrir a las celebraciones de los 150 años de la batalla de Ayacucho, fui testi­go del siguiente diálogo entre el Presidente peruano y el embajador de Chile: “¡Máximo, carajo! ¿Por qué no trajiste a Pinochet?”. La respuesta del diplomático: “¡Chino desgraciado! ¡Si no vino mi general es porque tú invitaste a sus espal­das al cubano... (calificativo irreproducible) de Roa!”. Todos los presentes en esa inauguración pensamos que en ese momento se iniciaba el conflicto armado que Velasco Alvarado venía preparan­do desde hacía tiempo.

Sin embargo, los dos hombres habían sido amigos en su juventud, a raíz de unos cursos que ambos habían seguido en la zona del Canal de Panamá. Por unos instantes pri­mó ese viejo afecto sobre los insul­tos intercambiados. Pocos días más tarde, el Presidente del Perú decidió enviarle la condecoración conmemorativa de Ayacucho al Presiden­te de Chile, a pesar de su ausencia. Este último, le devolvió el gesto en­viándole una pintura abstracta, a mi juicio bastante fea. Me correspon­dió entregársela en el Palacio de Pizarro. El ‘Chino’ dio varias vueltas al cuadro, colocándolo en diversas posiciones, con resultados muy similares. Me miró fijo y me dijo: “Dé­le mis agradecimientos. ¡Es tan bo­nito su cuadro que ya sé dónde lo voy a colgar!”.