miércoles, 3 de junio de 2009

LA ALARMA SILENCIOSA - Revista Oiga 9/08/1993

Menos de un mes después de asumir el mando, el gene­ral Pinochet viajó a Arica, y a lo largo de 1974 y 1975 iría seis veces más. La presencia del enorme poder militar, con centenares de tanques como punta de lanza, inquietaba tanto como el hombre que gobernaba Perú. "Teníamos la certeza de que si podía, Velasco Alvarado iba a agredir", evo­ca el general (r) Jorge Dowling, co­mandante del Regimiento Rancagua, con asiento en Arica, en 1975.

"Faltaba sólo la chispa, cualquier detalle, cualquier roce, para desenca­denar el conflicto", agrega.

Comenzaba, entonces, el despliegue estratégico. En un gigantesco movi­miento de hombres y armas, desde 1974 toda la Marina, la Fuerza Aérea y Ejército se volcó hacia el norte. Una `mudanza' que duraría más de año y medio. Todo se llevaba y se traslada­ba. Los viejos fusiles 'máuser' de los regimientos del norte viajaron al sur, para ser cambiados por el armamento más moderno que tenían esas unida­des. Los escasos tanques, incluyendo a los que ya no caminaban, pero que podían disparar desde una posición estática, partieron, al igual que las municiones, las armas antiblindajes y antiaéreas.

Sin esperar la construcción de ins­talaciones —"porque podría venir la guerra"—, enormes cantidades de hombres fueron a acampar en el de­sierto durante meses, para después construir lo necesario. Hubo nuevos enrolamientos en todo el país, los co­mandantes de los regimientos com­pletaron sus cuadros —que en la prác­tica duplicaría el número de solda­dos—, y el servicio militar fue aumen­tado de uno a dos años.

En menos de dos años el número de soldados en el norte se multiplicó por ocho. Todo, incluyendo las fábricas vacías, sirvió para alojar a esta enorme marea humana que, en resumidas cuentas, iba a hacer de 'colchón' fren­te a los amenazadores tanques perua­nos.

Mientras la Fuerza Aérea iniciaba la construcción de la nueva base de Chucumata, en las cercanías de Iqui­que —multiplicando por diez sus instalaciones—, por los mares chilenos se realizaba el mismo movimiento. Toda la escuadra, sus submarinos y las fuerzas anfibias se estacionaron desde 1974 en adelante de Puerto Aldea hacia el norte. Buques con muni­ciones y buque-hospitales se fondea­ron en recodos de bahías y ensena­das; los oficiales fueron llamados a sus puestos, completándose las dotacio­nes de los barcos. En muchas ocasio­nes, cuando la crisis agudizaba, la escuadra enfiló hacia el norte. "Fue una gran crisis", evoca el almirante (r) y actual senador Ronald Maclntyre, en ese entonces Secretario General de la Armada. "Había un alistamiento diario. Vivimos en permanente aler­ta".

Las estimaciones chilenas hablaban de un 70% de posibilidades de ir a la guerra. Pero el mayor problema para el país era la mejor posición ofensiva que iba tomando Perú, que llevaba cinco años de ventaja en la adquisi­ción de armamento. Reuniendo todos los tanques chilenos, no se alcanzaba a completar una sola unidad. La esca­sez de municiones era tal que un ofi­cial de blindados en Antofagasta re­cuerda haber disparado sólo un pro­yectil de adiestramiento en todo el año 1974. La misma pobreza hacía que los cabos aprendieran a disparar tanques con un 'engendro' inventado en los cuarteles, una bala de madera con un cañón de 22 mm por debajo".